sábado, marzo 11, 2006

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Nació él bajo un sol eléctrico e impotente, con la lluvia artificial preñando los encéfalos. Pensé en bautizarlo con un nombre atípico y común. Atípico, mas no nunca nombrado. Común, mas no extranjerizado... porque los anglicismos, o las palabras que apenas recuerdo de mi trunco alemán son sello reconocible, y porque Kardott, Kuddram, Xendruce o Arián son muy yo. Atipismos de mi yo, cierto... pero quiero alejarme de momento de cualquier concepto de yo.

La odio. Pobre niñita idiota, común, de la media... que de repente juega a ser rara para jalar ojos ajenos. Sólo vive para engullir ojos ajenos..., era lo que me decía que le diría a la gente cuando preguntara por ella, que invariablemente pasarían por esa senda al preguntarle quién era él. Soy un maldito juguete esponjable, soy el espíritu protector de una inocencia vacua que se teje a sí misma, y el guardian todopoderoso sin voz ni voto en un contexto ajeno, que depende de ella. Tan idiota. Tan estúpida. Tan cotidiana. Tan humana.


Pero ella ya no necesita conejillos de felpa que velen por sus sueños. Ya no llora por las noches adivinando colmillos de luna reptando tras el armario, ni extraña con las arterias su colección de luciérnagas grises. Sólo comparte el vacío termoformado de su Ken de plástico, ese que su mentecilla solía traer a la vida como el príncipe virtuoso destinado a hacerla feliz, mismo que le dijo clara y quizá quebradamente que no fuera infantil, bajo el frío abrazo de una luna hecha a medias.

Pero ella no dejaba de ser infantil ¿Cómo dejar de serlo? ¡Soy una niña!
Quizá ya había dejado de serlo, solo que se negaba a escucharse. A ella le habría gustado ser como Lucy, como Angie... aunque huele en Angie un vacío termoformado similar al suyo (mira! mira! el mío es mas grandeeee!), y no podría ser como Lucy porque no era lo suficientemente gatuna como para torturar gorriones en el patio trasero de su escuela. Se necesitan porte y ojos felinos para que a la gente le intrigue. Indispensable. Si no, te colgarán una etiqueta de insanía y nadie se te querrá aproximar. En ningún aspecto.

El conejo de felpa tiene razón. Y aplica a las coincidencias que son demasiada coincidencia también.

Y Lucy se perdió en el país de los monstruos, golpeteando el vidrio del televisor para llamar la atención de esos padres que nunca la procrearon, mientras el monstruo de su armario le lloraba en soledad. Y Angie llenó de etnicismos su porvenir y desdeñó lo bello por sobre lo moldeable, jugando con plastilina extranjera despues de probar todos y cada uno de los dulces de la confitería.

Y si no nos quedan monstruos, porque no somos vómito sináptico de un escritor excéntrico... y no jugamos con plastilina porque no estamos en edad de hacerlo... ¿qué nos queda?
Un conejo de felpa que nos regañe como no hace mama porque está muy lejos.

Sí... un conejo...

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